Es oportuno mirar qué ocurre con nuestro sistema educativo, más aún con el papel que cumplen nuestras universidades.
Así como el nuevo Polimodal nos puede parecer casi exclusivamente una larga preparación para el viaje de fin de estudios (que de paso está amenazado por la estafa de los sin escrúpulos), la universidad argentina puede terminar siendo muchas cosas, pero si nos descuidamos, lo será menos en los objetivos plenos que debe sustentar y defender la educación superior.
Más allá de los estragos efectuados en nombre del derecho a la educación, debería preocuparnos que en ciertos casos las instituciones de nivel superior se conviertan en un depósito de viejos adolescentes y de nuevos jóvenes, donde ciertos aspectos de contención social y de mínima manutención deban ser sostenidos por novedosos sistemas de alimentación, atención sanitaria y recreación. Otra preocupación sería la de funcionar como una compleja estructura de válvulas que frenan el ingreso de nuevos ciudadanos a un mercado laboral cada vez más escuálido. Año a año son más las personas que deben ingresar al mercado de trabajo y menos, en su relación directa, los puestos genuinos creados, sin dejar de contemplar los miles que desde años anteriores quedan a la espera (en stand by) porque no pudieron ingresar oportunamente o porque perdieron su puesto de trabajo. Algunas veces las estadísticas son engañosas, más aun en manos de los políticos, que anuncian alegremente los nuevos puestos de trabajo, pero se olvidan decir que en realidad es necesario generar el doble o más para satisfacer la demanda real. Capítulo aparte merece el hecho de que la dirigencia nunca habla de los puestos de trabajo que desaparecieron, por desidia, por ignorancia, o por una actitud adrede.
Otro factor dramático de las Universidades lo constituye la reglamentación vigente para el régimen de pasantías, es decir, para que alumnos universitarios ganen experiencia en el campo real del trabajo bajo un modelo que, en muchas prácticas es violado notoriamente. Se les paga poco, se les exige más dedicación de la debida, cuando se reciben le dicen adiós y algunas veces gracias, y que venga otro; cumplen tareas de profesionales que no pueden acceder a un puesto porque el espacio lo ocupa un pasante. Es decir: mano de obra barata y sin mayores compromisos por parte de las empresas, ni de las mismas universidades. Total, en el respeto por los principios y valores en Argentina todo es lo mismo. La Biblia y el calefón.
Y vamos por más... que lugar ocupa en la nuestro país la investigación, columna vertebral de las instituciones mas serias y prestigiosas, ni hablar de su relación con el progreso o desarrollo, el crecimiento o la distribución.
Finlandia es un gran país, entre otras cosas, porque desde hace veinte años el compromiso de las empresas ha sido el de financiar la investigación, el perfeccionamiento y la generación original de conocimientos en las universidades del país, para luego utilizar el conocimiento en pro de los objetivos nacionales: que no son nada raro (como plantar una bandera en territorio ruso o mojar la oreja a los suecos o noruegos) sino que su población tenga una excelente calidad de vida. Si escribí bien: que cada ciudadano de Finlandia tenga una excelente calidad de vida, coma bien, se eduque bien, viva bien, se prevenga bien de enfermedades, se cure bien si contrae algún mal y , de paso, disfrute de su sauna (porque en cada casa hay al menos una sala de sauna, y no es un lujo, es una pauta cultural del lugar, bien mantenida y defendida).
¿Qué compromiso tenemos nosotros como sociedad para que las universidades sean una usina de conocimientos que sirvan al bien común? ¿Qué autoridad asumimos para obligarlas a que así sea?
Otro punto tendrá que ver con los profesionales que formamos y los que necesitamos formar. Es absurdo que estemos ausentes en la formación del recurso humano técnico y científico necesario para la transformación económica y social de nuestro país. A veces estamos más compenetrados y absortos en aportar a la burocracia, al consumo, a la dilapidación y al engaño; en vez de sentarnos a sincerarnos entre todos y decidir qué es lo que necesitamos en materia de producción y bienestar general.
Así como el nuevo Polimodal nos puede parecer casi exclusivamente una larga preparación para el viaje de fin de estudios (que de paso está amenazado por la estafa de los sin escrúpulos), la universidad argentina puede terminar siendo muchas cosas, pero si nos descuidamos, lo será menos en los objetivos plenos que debe sustentar y defender la educación superior.
Más allá de los estragos efectuados en nombre del derecho a la educación, debería preocuparnos que en ciertos casos las instituciones de nivel superior se conviertan en un depósito de viejos adolescentes y de nuevos jóvenes, donde ciertos aspectos de contención social y de mínima manutención deban ser sostenidos por novedosos sistemas de alimentación, atención sanitaria y recreación. Otra preocupación sería la de funcionar como una compleja estructura de válvulas que frenan el ingreso de nuevos ciudadanos a un mercado laboral cada vez más escuálido. Año a año son más las personas que deben ingresar al mercado de trabajo y menos, en su relación directa, los puestos genuinos creados, sin dejar de contemplar los miles que desde años anteriores quedan a la espera (en stand by) porque no pudieron ingresar oportunamente o porque perdieron su puesto de trabajo. Algunas veces las estadísticas son engañosas, más aun en manos de los políticos, que anuncian alegremente los nuevos puestos de trabajo, pero se olvidan decir que en realidad es necesario generar el doble o más para satisfacer la demanda real. Capítulo aparte merece el hecho de que la dirigencia nunca habla de los puestos de trabajo que desaparecieron, por desidia, por ignorancia, o por una actitud adrede.
Otro factor dramático de las Universidades lo constituye la reglamentación vigente para el régimen de pasantías, es decir, para que alumnos universitarios ganen experiencia en el campo real del trabajo bajo un modelo que, en muchas prácticas es violado notoriamente. Se les paga poco, se les exige más dedicación de la debida, cuando se reciben le dicen adiós y algunas veces gracias, y que venga otro; cumplen tareas de profesionales que no pueden acceder a un puesto porque el espacio lo ocupa un pasante. Es decir: mano de obra barata y sin mayores compromisos por parte de las empresas, ni de las mismas universidades. Total, en el respeto por los principios y valores en Argentina todo es lo mismo. La Biblia y el calefón.
Y vamos por más... que lugar ocupa en la nuestro país la investigación, columna vertebral de las instituciones mas serias y prestigiosas, ni hablar de su relación con el progreso o desarrollo, el crecimiento o la distribución.
Finlandia es un gran país, entre otras cosas, porque desde hace veinte años el compromiso de las empresas ha sido el de financiar la investigación, el perfeccionamiento y la generación original de conocimientos en las universidades del país, para luego utilizar el conocimiento en pro de los objetivos nacionales: que no son nada raro (como plantar una bandera en territorio ruso o mojar la oreja a los suecos o noruegos) sino que su población tenga una excelente calidad de vida. Si escribí bien: que cada ciudadano de Finlandia tenga una excelente calidad de vida, coma bien, se eduque bien, viva bien, se prevenga bien de enfermedades, se cure bien si contrae algún mal y , de paso, disfrute de su sauna (porque en cada casa hay al menos una sala de sauna, y no es un lujo, es una pauta cultural del lugar, bien mantenida y defendida).
¿Qué compromiso tenemos nosotros como sociedad para que las universidades sean una usina de conocimientos que sirvan al bien común? ¿Qué autoridad asumimos para obligarlas a que así sea?
Otro punto tendrá que ver con los profesionales que formamos y los que necesitamos formar. Es absurdo que estemos ausentes en la formación del recurso humano técnico y científico necesario para la transformación económica y social de nuestro país. A veces estamos más compenetrados y absortos en aportar a la burocracia, al consumo, a la dilapidación y al engaño; en vez de sentarnos a sincerarnos entre todos y decidir qué es lo que necesitamos en materia de producción y bienestar general.
6 comentarios:
Ciertamente... Ocurre que la educación en la Argentina está en bancarrota, perdón, está en default desde hace varios años. Y no es sorpresa para nadie.
En nuestro país, el conjunto de normas no se encuentra resguardado de los abusos de poder: las pautas que tendrían que ser respetadas no lo son tanto y entonces despojan al Estado de lo que se conoce como “seguridad jurídica”.
Sin seguridad jurídica un Estado oscila entre lo arbitrario y lo anárquico, y su previsibilidad es nula en todo sentido. Así, es imposible plantear un proyecto serio, ya sea de educación, o de lo que fuere. Simplemente lo encuentro imposible.
Las Universidades en nuestro país son pagas: todos los ciudadanos pagan impuestos y, así más no sea un mínimo, se abona un permiso de examen. Lo que pasa es que en otros países del mundo los subsidios del Estado son menores y las tasas son mucho más elevadas; por ejemplo, en Italia cada alumno paga una matrícula anual que ronda €700. Aún así, recuerdo que en el país hay casos en que el presupuesto de una determinada Universidad supera el presupuesto provincial de educación, y también existen los "depósitos" privados.
Para evitar cualquier tipo de "aguantadero intelectual", creo que lo primero sería acabar con las diferencias abismales entre aquellos que manejan las instituciones y aquellos que permiten que funcionen: habría que comenzar apuntando a la justa repartición de recursos. Exámenes de ingreso obligatorios a todas las Universidades y la caducación de una matrícula periódica.
Creo que las Universidades argentinas tienen el potencial para fomentar la investigación, con ello traerían aparejado fuentes de trabajo (no acomodadas) y se solucionarían muchos problemas de marginación social que sufren miles y miles de argentinos.
Yo no me atrevo a afirmar que las Universidades no servirán de nada. Me animo a tener fe de que las cosas cambien y hago mis aportes desde donde puedo para que esto suceda.
Saludos.
Coincido totalmente, tanto con Iovino como con la Dra.
Por ahí un poco lo que nuestro sistema democrático pretendería sería una igualdad cultural, al menos entre aquellos de un mismo estamento social (como la clase media, por ejemplo). Esa pretención de igualitariedad en algún sentido, no se está cumpliendo, y es por ello que el abismo entre las diferentes clases es cada vez mayor en latinoamérica.
Por ahí, en algún comentario anterior, se leía alguien que decía: "(...) quizás los recaudos necesarios para verdaderamente exigir al alumno se vean entorpecidos (en el caso de las Universidades privadas) por los intereses económicos(...)" y es verdad. A lo mejor se nos olvida mencionar la cuestión empresiarial de las Universidades privadas, que sienten que nada pueden hacer sino velar por sus intereses monetarios.
Este es un planteo perfectamente lógico y entendible en estos días, pero es nocivo, porque un norte económico no siembra saberes, conocimientos o costumbres éticas, sino más bien, todo lo contrario.
En mi opinión, las universidades deberían comprometerse a enseñar. Nada más. Con la enseñanza se volverá a contituir todo, y alcanzaríamos esa seguridad jurídica que cada ciudadano anhela y tiene el derecho de tener. Atte.
Matías Losavio (Cap. Fed.)
Mmmm, me quedé pensando con Matías.
¿Estaremos frente al problema de la enseñanza o del aprendizaje?
Y.. yo creo que es un problema de enseñanza. El papel que cumplen las universidades esta difuso del que deberian cumplir.
De qué sirve plantearse un problema que no se puede solucionar entonces? Por que si es un problema de aprendizaje, la cosa es mucho más dificil de solucionar. Yo diría que más bien imposible.
Hay que plantearse el rol de las universidades, que es el que está en cuestión, no el de los estudiantes, cuyo rol ya está definido y claro desde hace siglos.
Te reitero lo que dije: el problema no es que los estudiantes no aprendan, el problema es que las universidades ya no enseñan.
Atte.
Matías Losavio
Yo no me arriesgaría a hacer tales afirmaciones. De hecho, creo que si se está dando un planteo en torno al rol de las universidades también habría que plantearse lo que ocurre del otro lado.
Dicen que "el problema no es el chancho, sino quien le da de comer". A mi modo de ver se trata de una cuestión bilateral: no hay universidad sin estudiantes y sin estudiantes las universidades no serían tales. La culpa es tanto del chancho como de quien lo alimenta.
Si de verdad el rol de los estudiantes está "definido y claro desde hace siglos", no hubiesen sido (y no serían) necesarias las reformas. Creo que no hay que desatender ninguna de las dos partes.
Saludos.
Es imposible atender las dos partes, pero no hay nada de malo con soñar.
Yo prefiero ser mas realista.
Un abrazo.
Matías Losavio.
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