Propongo reflexionar sobre el desencuentro entre el pensamiento –o la inteligencia- y la acción –o la pragmática-, como una de las causas ( a mi entender la más importante) que impide la salida argentina del atolladero en el que nos encontramos.
Es la inteligencia la que junto a la acción deben propiciar la construcción de una sociedad de ciudadanos, libres de las urgencias materiales de la vida cotidiana, libres de la manipulación de las conciencias o de las conductas proclives al sostenimiento de un orden que, a la vista, ha fracasado.
El orden actual no ha otorgado soluciones, solamente ha profundizado las diferencias y las postergaciones.
La inteligencia deberá ser presentada nuevamente ante realidades cambiantes, seguramente distintas a la época cuando la ilustración abogaba por la comprensión racional de los acontecimientos naturales y humanos.
El pensador francés Alain Finkielkraut recuerda a sus pares del siglo XVIII al decir que “si la libertad es un derecho universal, solo puede ser llamado libre un hombre ilustrado”.
Al poder público se le formulan dos exigencias indisociables: libertad y autonomía de los componentes de la sociedad.
La libertad comprende el respecto a la autonomía de los individuos que tienen derecho a vivir de lo que producen u ofrecen como servicio, dentro de un sistema que los alienta, motiva y premia para que lo sigan haciendo en pro del bien común. Esta reconsideración de los derechos del individuo debe ser entendida también por la superación de su opuesto, es decir, desterrando el clientelismo político, las relaciones de asociación al límite de la promiscuidad y el favor del líder, caudillo o detentador de poder.
La autonomía apunta a la necesidad –como Estado - de ofrecer mediante la instrucción necesaria y calificada para que los individuos sean completamente autónomos, para que puedan decidir mediante su convicción y conocimiento, votando a conciencia y participando activamente mediante la opinión, el debate y el efectivo control de sus representantes.
Como diría Condorcet respeto a que “ la prosperidad pública exige que el pueblo esté capacitado para distinguir a los que son capaces de mantener la propia prosperidad pública”. Y es auténtica prosperidad lo que precisamos, no meros espejos de colores de posibles inversiones chinas (quien las vio luego de un año de anunciadas), aumentos salariales por decreto, exportación record de soja, etc. Precisamos de claras estrategias y planes de desarrollo de áreas o actividades desconocidas o prácticamente desconocidas que, con ingenio, habrá que descubrirlas y proponerlas al mundo. Precisamos de cambios reales, de verdadera calidad, en el sistema educativo, apuntando a ideas que superen la simplificación de las cosas a través de la aplicación de la variable días de clase o la transformación –en los hechos- de las escuelas en simples merenderos o, hasta me atrevo a decir, depósitos transitorios de menores.
El incremento de huertas –familiares o comunitarias- puede considerarse como una medida transitoria que permita la supervivencia temporal de los sectores más golpeados por la crisis económica. Pero solo deben ser proyectos de tránsito, nunca propuestas estructurales. De nada sirve un emprendimiento que apunte al consumo inmediato de los producido si no se expande su efecto multiplicador sobre diversos sectores, si no es innovador, si no genera riqueza e inversión, si no propone algo novedoso que genere ciertos recursos que faciliten superar limitados proyectos de autoabastecimiento.
Necesitamos una amplia población que se sienta dueña de sus proyectos, de su preparación y de sus planes para el futuro.
A la acción deberemos aplicarle la inteligencia.
Es la inteligencia la que junto a la acción deben propiciar la construcción de una sociedad de ciudadanos, libres de las urgencias materiales de la vida cotidiana, libres de la manipulación de las conciencias o de las conductas proclives al sostenimiento de un orden que, a la vista, ha fracasado.
El orden actual no ha otorgado soluciones, solamente ha profundizado las diferencias y las postergaciones.
La inteligencia deberá ser presentada nuevamente ante realidades cambiantes, seguramente distintas a la época cuando la ilustración abogaba por la comprensión racional de los acontecimientos naturales y humanos.
El pensador francés Alain Finkielkraut recuerda a sus pares del siglo XVIII al decir que “si la libertad es un derecho universal, solo puede ser llamado libre un hombre ilustrado”.
Al poder público se le formulan dos exigencias indisociables: libertad y autonomía de los componentes de la sociedad.
La libertad comprende el respecto a la autonomía de los individuos que tienen derecho a vivir de lo que producen u ofrecen como servicio, dentro de un sistema que los alienta, motiva y premia para que lo sigan haciendo en pro del bien común. Esta reconsideración de los derechos del individuo debe ser entendida también por la superación de su opuesto, es decir, desterrando el clientelismo político, las relaciones de asociación al límite de la promiscuidad y el favor del líder, caudillo o detentador de poder.
La autonomía apunta a la necesidad –como Estado - de ofrecer mediante la instrucción necesaria y calificada para que los individuos sean completamente autónomos, para que puedan decidir mediante su convicción y conocimiento, votando a conciencia y participando activamente mediante la opinión, el debate y el efectivo control de sus representantes.
Como diría Condorcet respeto a que “ la prosperidad pública exige que el pueblo esté capacitado para distinguir a los que son capaces de mantener la propia prosperidad pública”. Y es auténtica prosperidad lo que precisamos, no meros espejos de colores de posibles inversiones chinas (quien las vio luego de un año de anunciadas), aumentos salariales por decreto, exportación record de soja, etc. Precisamos de claras estrategias y planes de desarrollo de áreas o actividades desconocidas o prácticamente desconocidas que, con ingenio, habrá que descubrirlas y proponerlas al mundo. Precisamos de cambios reales, de verdadera calidad, en el sistema educativo, apuntando a ideas que superen la simplificación de las cosas a través de la aplicación de la variable días de clase o la transformación –en los hechos- de las escuelas en simples merenderos o, hasta me atrevo a decir, depósitos transitorios de menores.
El incremento de huertas –familiares o comunitarias- puede considerarse como una medida transitoria que permita la supervivencia temporal de los sectores más golpeados por la crisis económica. Pero solo deben ser proyectos de tránsito, nunca propuestas estructurales. De nada sirve un emprendimiento que apunte al consumo inmediato de los producido si no se expande su efecto multiplicador sobre diversos sectores, si no es innovador, si no genera riqueza e inversión, si no propone algo novedoso que genere ciertos recursos que faciliten superar limitados proyectos de autoabastecimiento.
Necesitamos una amplia población que se sienta dueña de sus proyectos, de su preparación y de sus planes para el futuro.
A la acción deberemos aplicarle la inteligencia.
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