Prosigo la reflexión sobre la transparencia en los datos de los escrutinios electorales.
En la última elección en Salta debimos esperar más de cuatro horas para saber qué ocurría.
En la ocasión fallaron también fuentes más independientes de información, no interesadas en ocultar o disimular un resultado.
El domingo 23 de octubre presento un escenario similar al conocido como de “información blanca”, entendida como aquella que se presenta edulcorada, modificada para establecer una dieta de datos que puedan tal vez impactar en la opinión pública. Ocurrió como en los atentados de Londres, donde se hablaba mucho, pero se mostraba poco, o nada. Es como algo que se distancia en forma preventiva para evitar contacto con parte de la realidad, la que cantaban las urnas. Se presentaba como el sexo virtual: sin contacto físico con la realidad.
En materia informativa electora, de esta manera, ocurre lo peor: nada de poca información, al contrario, ninguna. Total desinformación. Y, lo que no ayuda, es el hecho de ser prologada por suposiciones, especulaciones deseos; en definitiva, mera manipulación... sin asidero, sin fundamentos, sencillamente sin datos.
En ese contexto desfilaban candidatos y funcionarios ante cámaras y micrófonos, anunciando la cantidad de diputados que ingresarían (bien en potencial), lo positivo de las elecciones, la recuperación del partido, el fervor democrático, la adhesión a un plebiscito (que merece un análisis aparte) y la amplia participación popular. En definitiva, una secuencia de mentiras.
Más tarde, o más temprano, tuvimos que darnos cuenta que los diputados que ingresaban eran menos, que el triunfo no era tan contundente, que la recuperación de uno de los partidos no se reflejaba en los números e, incluso, que la participación ciudadana fue menor de la que se propagaba. Habían votado, en porcentajes de participación, menos ciudadanos que nunca.
Claro, es cierto que todo lo expresado era parte de la propaganda, pero parece que no se advierte que el ciudadano no come clavos y que, con los tardíos primeros datos, advierte las diferencias de reparto: entre lo real y lo previamente anunciado. Llega el momento en que la realidad como objeto se acerca a nuestra percepción y ni la subjetividad más radicalizada puede con ella.
Lo peor es que la dirigencia muestra señales de tener dificultades en el aprendizaje de los principios cívicos e inmediatamente se comienzan a escuchar voces que hablan de futuras candidaturas a gobernador.
Todavía, y durante varias semanas, habrá mucho por analizar, entender y madurar sobre la expresión de la sociedad en las elecciones. Seguramente aun, habrá mucho más por escuchar de la expresión social.
En la última elección en Salta debimos esperar más de cuatro horas para saber qué ocurría.
En la ocasión fallaron también fuentes más independientes de información, no interesadas en ocultar o disimular un resultado.
El domingo 23 de octubre presento un escenario similar al conocido como de “información blanca”, entendida como aquella que se presenta edulcorada, modificada para establecer una dieta de datos que puedan tal vez impactar en la opinión pública. Ocurrió como en los atentados de Londres, donde se hablaba mucho, pero se mostraba poco, o nada. Es como algo que se distancia en forma preventiva para evitar contacto con parte de la realidad, la que cantaban las urnas. Se presentaba como el sexo virtual: sin contacto físico con la realidad.
En materia informativa electora, de esta manera, ocurre lo peor: nada de poca información, al contrario, ninguna. Total desinformación. Y, lo que no ayuda, es el hecho de ser prologada por suposiciones, especulaciones deseos; en definitiva, mera manipulación... sin asidero, sin fundamentos, sencillamente sin datos.
En ese contexto desfilaban candidatos y funcionarios ante cámaras y micrófonos, anunciando la cantidad de diputados que ingresarían (bien en potencial), lo positivo de las elecciones, la recuperación del partido, el fervor democrático, la adhesión a un plebiscito (que merece un análisis aparte) y la amplia participación popular. En definitiva, una secuencia de mentiras.
Más tarde, o más temprano, tuvimos que darnos cuenta que los diputados que ingresaban eran menos, que el triunfo no era tan contundente, que la recuperación de uno de los partidos no se reflejaba en los números e, incluso, que la participación ciudadana fue menor de la que se propagaba. Habían votado, en porcentajes de participación, menos ciudadanos que nunca.
Claro, es cierto que todo lo expresado era parte de la propaganda, pero parece que no se advierte que el ciudadano no come clavos y que, con los tardíos primeros datos, advierte las diferencias de reparto: entre lo real y lo previamente anunciado. Llega el momento en que la realidad como objeto se acerca a nuestra percepción y ni la subjetividad más radicalizada puede con ella.
Lo peor es que la dirigencia muestra señales de tener dificultades en el aprendizaje de los principios cívicos e inmediatamente se comienzan a escuchar voces que hablan de futuras candidaturas a gobernador.
Todavía, y durante varias semanas, habrá mucho por analizar, entender y madurar sobre la expresión de la sociedad en las elecciones. Seguramente aun, habrá mucho más por escuchar de la expresión social.
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