Durante las elecciones chilenas, el pasado domingo, las transmisiones televisivas fueron una constante desde la apertura de mesas hasta el desarrollo del escrutinio. Los despliegues nos sorprendieron porque, ante la realidad de un país que es constitucional y administrativamente unitario (no como nosotros los señores feudales, perdón, federales) hubo una presencia constante de datos, coberturas y resultados representatovos de todas las regiones. Esta situación evidencia un claro respeto al poder interior, a pesar que en la Región Metropolitana, que comprende Santiago y alrededores y en la Quinta Región (Valparaíso), se concentra casi la mitad de la población del país.
Mayor sorpresa nos genera el hecho de poder ver en pantalla voto a voto, en medio de una multitud, cantado lentamente por el titular de mesa, la cuantificación de los votos e, incluso, como juego de cartas, revisar los datos apuntados por los apoderados. Si señores, el escrutinio es público.
En los análisis se destaca la presencia de especialistas, jóvenes profesionales, representantes de centros de estudios universitarios de prestigio, quienes van desglosando por jurisdicción los datos que, en primera instancia, fueron dados a conocer en bloque para, racionalmente, efectuar las lecturas específicas inherentes a la posibilidad de establecer proyecciones e interpretaciones.
Y en referencia a los datos oficiales no hay punto de comparación. Fuentes de gobierno aseguraban que entre las 18.30 y las 19.00 se daría el primer informe oficial, con el diez por ciento de las mesas. A las 18.35 un funcionario de Interior procedía a la lectura del primer informe de datos oficiales, con el resultado del 12% de las mesas. Al finalizar prometión un nuevo relevamiento en hora y media y así lo cumplió. A las 21 la tendencia era clara, se confirmaba la segunda vuelta y los nombres de los contendientes finales. Simultáneamente se comenzaban a perfilar los ganadores en las contiendas legislativas. algunos ya comenzaban a reconocer sus derrotas, sin discusión. Así, por ejemplo, lo hacía el veterano dirigente demócrata cristiano, Andrés Zaldívar.
Sería bueno considerar que, por un momento, la cordillera de Los Andes nos permita ver mejor los cambios de un país largo y angosto, encorcetado entre la cordillera y el mar, ensanchado por el desierto más seco de la humanidad, golpeado por la historia y sus desencuentros, con una sociedad orgullosa de ser chilena y desafiante a la hora de construir un futuro mejor para quienes le siguen. Una sociedad comprometida, con una dirigencia que la representa.
No en vano un presidente como Ricardo Lagos, sencillo como pocos, va a cumplir un mandato de seis años con una adhesión popular del 71%. Si que se puede.
1 comentario:
¡Por supuesto que se puede! Pero los argentinos no podemos entender que el compromiso y el esfuerzo son un requisito "sine qua non" para poder progresar.
Nos va a costar sacar al país adelante,...
Publicar un comentario