jueves, noviembre 17, 2005

Caos en Francia. Alerta en Argentina

Los reclamos y manifestaciones en Francia, surgidos desde el sector de adolescentes y jóvenes ciudadanos europeos, de padres inmigrantes, debe servir para analizar y prever posibles situaciones similares en nuestro país.
Ante estos acontecimientos deberíamos observar más detenidamente lo que ocurre con nuestros jóvenes y prevenir ciertas formas de canalizar tanta frustración, tanto desinterés y tanto escepticismo, reinante en estos tiempos.
En nuestro caso, no podremos hablar de generaciones posinmigración, si bien la inmigración ha sido fundamental para la obtención del país que hoy tenemos. La primera diferencia reside en que nuestra inmigración fué integradora o, tal vez, la forjadora de una nueva sociedad donde primaron ciertos rasgos culturales transatlánticos, muchas veces en detrimento de otros valores más auténticos de la región, reformulando una nueva localidad. Observemos y preguntémonos si ciertas características americanas entre nuestros compatriotas no generan acaso una consideración prejuiciosa hacia los portadores. En Argentina discriminamos a quien tiene rasgos originales de nuestro continente: los cabecitas negras, el coya, el indio, o por poseer un apellido poco europeo...
Sobre el aspecto de contención social perdemos más aun en relación a la problemática francesa. Los sistemas de educación, salud, previsión social, etc., generan más brechas entre los que cada vez pueden más y los que nunca podrán -por generaciones- obtener nada.
En nuestro caso, un componente aterrador se instala entre quienes, pudiendo estudiar y formarse sistemáticamente, tienen cada vez menos posibilidades de integración en un sistema laboral cada vez más inestable y poco redituable. La frustración de los nuevos profesionales puede ser un factor desencadenante de gravedad máxima, generando una nueva versión de marginación económica combinada con ciertos estados de conciencia, en el caso que esta última encuentre un punto de coincidencia a gran escala.
La inserción del uso de ciertas tecnologías -correo electrónico, chat, mensajes de texto, blogs, etc.- puede, en cierto segmento generacional, actuar como en Francia, o como fue en las elecciones en España, a la manera de un canal convocante autónomo, horizontal y espontáneo.
En estos casos es en vano pensar en líderes. Hay que preocuparse en identificar los problemas que viven los jóvenes y encontrar efectivas soluciones. No nos olvidemos que las nuevas generaciones no se apoyan en liderazgos, sino en motivaciones personales que, de pronto, unifican los reclamos en una multitud, la que se "une" en un espacio virtual para, de pronto, actuar en el ámbito real.
Desde los sectores de poder se deberá entender que nuestros jóvenes necesitan de claros mensajes, no de ilustres mensajeros.
Entre los mensajes que los jóvenes esperan, muchos tienen que ver con sus posibilidades de un futuro inmediato. Esperan seguramente claras reglas de juego para la inserción en un mercado de trabajo, hasta ahora casi inexistente, donde lo que se ofrece no alcanza, desde ningún punto de vista, para satisfacer las necesidades de ingreso al mundo laboral de miles de jóvenes por año. Esperan que ese ingreso esté motivado por el reconocimiento de ellos como seres humanos, con sus debidas necesidades económicas y afectivas y su condición para enfrentar tareas específicas.

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