El marco institucional de América Latina no puede definirse sin una comprensión cabal de las dimensiones culturales de las sociedades que la integran.
Ciertas veces, los procesos electorales solo reflejan las limitaciones y condiciones de bases culturales, de concepción de las cosas que, por demagogia o desconocimiento, no son advertidas, y menos aun, superadas por la propia dirigencia.
Si bien la dirigencia es un emergente de la sociedad el cambio puede ser inferido por ella y la sociedad producir su debido acompañamiento. Al contrario, si es la sociedad la que en última instancia reacciona, bien podría hacerlo contra la misma dirigencia y los sectores de la comunidad beneficiados por el statu quo. En algunos casos la violencia ocultada tras el anonimato de las masas puede ser contraproducente hasta para el mismo cambio. No hay que esperar liderazgos iluminados o mesiánicos, pero es propio de las conducciones, de los que encabezan propuestas, encarar acciones que interpreten las necesidades de la ciudadanía de transformar ciertas realidades.
En el caso de Bolivia se abren ciertas expectativas sobre la representación de los sectores que, sin dudas, reclaman un cambio, actuaron con cierta violencia y ahora esperarán que se satisfagan sus inquietudes.
El analista boliviano Roberto Laserna, de la Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba señala, en un artículo publicado en el diario español La Vanguardia, la existencia de “la maldición de los recursos naturales”, que consiste en la relación entre mayores exportaciones de minerales, gas y petroleo y un consecuente agravamiento de los problemas de pobreza y desigualdad. Concluye diciendo que: “El mayor desafío para el próximo gobierno será reconocer los riesgos y peligros de la maldición, y diseñar una nueva y creativa manera de aprovechar las riquezas naturales. En ese propósito su mayor adversario estará en las mentalidades, los hábitos y las rutinas. Éstos son los que deben y pueden cambiarse, porque sólo así será posible ampliar las oportunidades para que cada boliviano se convierta en un ciudadano digno y en un trabajador y consumidor respetado”.
Desde esta lado del mundo deberíamos atender que se hace necesario un cambio cultural para transformar el futuro de países como Bolivia, como Perú, como Ecuador, como Paraguay o como Argentina. Esa necesidad debe ser advertida por los dirigentes, interpretada y asumida en acciones; y desde la sociedad deberíamos apuntar a exigir esas cualidades de nuestros líderes.
Desde esta reflexión podemos vincular también la imagen que los propios argentinos también tenemos de nosotros mismos. De acuerdo a un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los argentinos nos asumimos como chantas, mentirosos, ladrones y corruptos. Por otra parte, en el imaginario que sobre nosotros tiene la colectividad internacional, muchas veces prima esa costumbre de arrogancia, autosuficiencia, nostalgia y malos hábitos (levantarse ceniceros o toallas, evadir pagos, exagerar situaciones, etc.).Imprevisibles, desafiantes de la legalidad, oportunistas, traficantes de influencias, irrespetuosos con el prójimo, etc, constituyen cierto común denominador en la cultura de varios países de la región. Sin el cambio de éstas y otras costumbres, y su reemplazo por otras más nobles, difícilmente logremos mejorar las condiciones de vida de vastos sectores postergados.
Ciertas veces, los procesos electorales solo reflejan las limitaciones y condiciones de bases culturales, de concepción de las cosas que, por demagogia o desconocimiento, no son advertidas, y menos aun, superadas por la propia dirigencia.
Si bien la dirigencia es un emergente de la sociedad el cambio puede ser inferido por ella y la sociedad producir su debido acompañamiento. Al contrario, si es la sociedad la que en última instancia reacciona, bien podría hacerlo contra la misma dirigencia y los sectores de la comunidad beneficiados por el statu quo. En algunos casos la violencia ocultada tras el anonimato de las masas puede ser contraproducente hasta para el mismo cambio. No hay que esperar liderazgos iluminados o mesiánicos, pero es propio de las conducciones, de los que encabezan propuestas, encarar acciones que interpreten las necesidades de la ciudadanía de transformar ciertas realidades.
En el caso de Bolivia se abren ciertas expectativas sobre la representación de los sectores que, sin dudas, reclaman un cambio, actuaron con cierta violencia y ahora esperarán que se satisfagan sus inquietudes.
El analista boliviano Roberto Laserna, de la Universidad Mayor de San Simón, Cochabamba señala, en un artículo publicado en el diario español La Vanguardia, la existencia de “la maldición de los recursos naturales”, que consiste en la relación entre mayores exportaciones de minerales, gas y petroleo y un consecuente agravamiento de los problemas de pobreza y desigualdad. Concluye diciendo que: “El mayor desafío para el próximo gobierno será reconocer los riesgos y peligros de la maldición, y diseñar una nueva y creativa manera de aprovechar las riquezas naturales. En ese propósito su mayor adversario estará en las mentalidades, los hábitos y las rutinas. Éstos son los que deben y pueden cambiarse, porque sólo así será posible ampliar las oportunidades para que cada boliviano se convierta en un ciudadano digno y en un trabajador y consumidor respetado”.
Desde esta lado del mundo deberíamos atender que se hace necesario un cambio cultural para transformar el futuro de países como Bolivia, como Perú, como Ecuador, como Paraguay o como Argentina. Esa necesidad debe ser advertida por los dirigentes, interpretada y asumida en acciones; y desde la sociedad deberíamos apuntar a exigir esas cualidades de nuestros líderes.
Desde esta reflexión podemos vincular también la imagen que los propios argentinos también tenemos de nosotros mismos. De acuerdo a un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los argentinos nos asumimos como chantas, mentirosos, ladrones y corruptos. Por otra parte, en el imaginario que sobre nosotros tiene la colectividad internacional, muchas veces prima esa costumbre de arrogancia, autosuficiencia, nostalgia y malos hábitos (levantarse ceniceros o toallas, evadir pagos, exagerar situaciones, etc.).Imprevisibles, desafiantes de la legalidad, oportunistas, traficantes de influencias, irrespetuosos con el prójimo, etc, constituyen cierto común denominador en la cultura de varios países de la región. Sin el cambio de éstas y otras costumbres, y su reemplazo por otras más nobles, difícilmente logremos mejorar las condiciones de vida de vastos sectores postergados.
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